Desde que tengo uso de razón, me acompaña la frase «siempre tienes que llevar la contraria, eres espíritu de contradicción, ¿por qué no te pareces a tu hermano?». Creo que la rebeldía forma parte de mi código genético, siempre he hecho lo contrario a lo que me ordenaban porque nunca he soportado que me dijeran lo que tengo que hacer, cuestionaba cada orden que recibía pero nunca obtuve respuestas coherentes; solo órdenes.
Recuerdo cuando cuestioné a la profesora de religión que teníamos en primaria, yo tenía unos 6 u 7 años, mientras nos contaba que Dios había creado el mundo, al hombre y todo lo que hay, recordé haber leído en un libro que había en el desván de casa de mis abuelos; hablaba sobre la teoría del Big Bang y la aparición de las especies, entonces levanté la mano y le pregunté a la profesora que si Dios había creado todo quién le había creado a él y si fue el encargado de la gran explosión. Se quedó tan sorprendida sin saber qué responderme que sólo se le ocurrió darme una ficha para colorear y decirme que no hiciera preguntas tontas. Me negaba a rezar el padre nuestro porque mi padre era mi padre no el de todos, no estaba en el cielo; estaba vivo y trabajando, eso me suponía quedarme sin recreo. Desde muy pequeña desarrollé un gran concepto de la amistad, no toleraba las injusticias ni los abusos ante los más débiles aunque me costara una paliza. Siempre he sido la rarita de clase, la rarita del grupo de amigas, la rarita de… Pero siempre me querían tener cerca, me imitaban y los profesores y padres decían que yo era una mala influencia.
La dichosa curiosidad también me acarreaba castigos, cuando mi tía señalaba un árbol del monte que se veía desde su casa diciéndome que la bruja moradora de éste vendría a por mí si no comía, mi respuesta era «¡qué venga! quiero verla». Por supuesto la bruja no venía y yo no comía, así que me quedaba castigada por la tarde. A esas edades tempranas no me preocupaba mucho estar castigada ya que me entretenía fácil, disfrutaba mucho jugando sola, o leyendo cuentos, escuchando las viejas cintas de cassette que rodaban por casa, o cotilleando lo que escondían los mayores por los cajones y armarios, trasteaba con los aparatos electrónicos para averiguar cómo y por qué funcionaban. Yo era una niña muy activa y me daba cuenta de que no percibía las cosas como los demás niños y niñas, tampoco me comportaba igual, nunca tuve que esforzarme mucho en el colegio así que me sobraba tiempo para otras cosas, la mayoría trastadas. Se me daba bien casi todas las actividades que había, pero me aburría muy pronto.
Recuerdo tener viajes astrales a muy temprana edad, también tenía sueños premonitorios, despertaba llorando muchas noches porque no comprendía, pero en casa me decían que todo eso eran pesadillas. Con mirar profundamente a los ojos de una persona podía saber si era buena o no tanto. Siempre he tenido una conexión especial con los animales que me rodeaban, hasta el punto de tener un perrito que adoptó el rol de mi niñero en una época dura para mi familia; me acompañaba al colegio y me recogía, me defendía, me dejaba vestirlo de bebé y pasearlo en el carricoche, siempre estaba pegado a mí hasta que un día llegué a casa y me contaron que lo habían regalado. Mi rebeldía empezó a acentuarse más a raíz de esa pérdida.
Mi familia no consideraba mi rebeledía como un problema, simplemente pensaban que con la edad se me pasaría, pero tras pasar por el divorcio traumático de mis padres toda mi vida cambió. Me encontré con unos sentimientos horribles como el rechazo y la soledad, más diferente que nunca del resto, incomprendida y perdida, empecé a ponerme un escudo y a intentar olvidar hasta el punto de perder la conexión conmigo misma. Y llegó la adolescencia…
Autora:La última guerrera