Lo mío, la verdad, no es escribir y no sé si esto llegara a ver la luz en algún momento, pero hay cosas en mi cabeza que quiero plasmar porque, quizá, al escribirlas me ayuden a ver con claridad lo que de otra manera se me escapa.
Cuando lo que nos rodea nos desborda, incluso cuando nos desborda nuestro propio yo, todos en algún momento de la vida debemos enfrentarnos a la situación e intentar cambiarla porque vivir permanentemente como no nos gusta no es vivir y, en gran parte, está en nosotros encontrarle solución.
El problema, o uno de los que a mí se me ha planteado muchas veces, es la discrepancia o esa lucha encarnizada que tienen mi cerebro, -mi mente, o como queramos llamarlo- con mi corazón o el alma, que forma parte más íntima de mí. Desgraciadamente muchas veces ambas partes no se ponen de acuerdo y el problema viene cuando no sabes a cuál debes hacerle caso, porque son diametralmente opuestas.
Para quienes no creemos en las casualidades, en la vida todo pasa siempre por algo pero eso no significa que, por mucho que uno sepa racionalmente que es así, tenga necesariamente que saber por qué pasa, mucho menos para qué y desde luego, de ninguna de las maneras, su resultado final.
¿A quién hacerle caso: al corazón o a la mente? Aquí reside mi gran problema al no saber a cuál de los dos hacerle caso. Recuerdo de siempre la expresión: “Hay cosas del corazón que la razón no entiende”. Y ¡qué cierto es! Ayer mismo me hizo gracia y recogí un dibujo en Facebook con el que me sentí totalmente identificado: se trataba de un corazón agarrando a un cerebro de la mano y diciéndole “Vamos a ir tú y yo a un sitio a solas y tratar de ponernos de acuerdo”. Es un mal común ése de no poner de acuerdo y en sintonía mente y corazón. Aunque llevo ya mucho tiempo intentando que lo hagan ambas partes no lo consigo y, cada vez, lo tengo más difícil.
Cuando tomas decisiones por amor -eso que se entiende por “decisiones del corazón”- y basas tu nueva forma de vivir de acuerdo a ellas, eres tan crédulo que crees que por fin vas a poder vivir pleno, que vas a empezar de verdad un nuevo camino que te llene de felicidad. Es más: lo das todo por esa forma de vivir, por vivir de acuerdo al corazón dejando de hacer caso al cerebro, a tu mente que, en muchos casos, te dice que no está de acuerdo: que pienses si eres realmente feliz o si estás haciendo bien y que te asegures de que eso es realmente lo que quieres. Tú decides ignorar todo lo negativo que te sugiere el cerebro y disfrutar de cada momento al que te ha guiado el corazón, logrando encontrar una felicidad que habías anhelado durante quién sabe cuánto tiempo. El problema viene cuando tu cerebro, que aguarda esperando su oportunidad, te demuestra que quizá la decisión de tu corazón cojeaba o tenía alguna fisura. Entonces toca razonar, ser fuerte y decidir si realmente quieres esperar para ver si el problema se soluciona o darle la razón al cerebro, obviando la decisión que tomó tu corazón.
Porque, en el fondo, cuando has apostado por una decisión que tomó el corazón -una decisión que, en ocasiones, ha condicionado un montón de años de tu vida- te resistes a dejar de hacerle caso, incluso cuando parece que vas a sufrir más por mantenerla. Cuando sientes que has sido fiel a ti mismo ¿qué debes hacer?: ¿ceder a la razón, o seguir luchando con ella y apostar por el corazón? Incluso ya convencidos que la razón nos puede hacer dejar de sufrir, sólo recordar lo que has pasado y seguir apostando por el corazón hace que te envuelva una sensación de felicidad diferente. Aunque parezca paradójico, no se trata de algo disparatado.
A veces me da envidia la manera práctica de entender la vida de los niños, mucho más sencilla que la nuestra en todos los aspectos, incluido éste, ya que su manera de pensar está más acuerdo con su corazón: simplemente aman a quien les ama o les hace felices. En este sentido incluso los animales, que supuestamente son irracionales, actúan muchas veces de forma más inteligente que nosotros.
Intentando ver mi situación desde fuera, o al menos pensándola desde cierta distancia -cosa muy complicada, por cómo me afecta- no sólo me hago demasiadas preguntas, sino que, al intentar responderme, afloran mis miedos a las respuestas. Uno de ellos es saber si las decisiones que yo tomé con el corazón fueron reciprocas, es decir, si la otra persona tuvo o tiene los mismos sentimientos que yo en las decisiones que le correspondían o si sus intereses eran otros: si realmente había amor o interés por su parte. Eso es duro.
La verdad es que, en lo que a mí respecta, sé la respuesta: no me arrepiento de las decisiones tomadas en ningún momento. Las tomé de corazón, por amor y volvería a tomarlas mil veces. Algunas veces me arrepiento, sin embargo, de mi cobardía para hablar o decidir sobre ello y de no haber vivido siempre feliz, tal como hace años me prometí.
Creo, o quiero pensar, que sólo te hacen daño si tú quieres dejar que te lo hagan. Ya mencioné antes que yo creo que todas las cosas pasan por algo, aunque no sepamos el motivo. Y aunque sea cierto es que en muchas ocasiones no entienda los motivos o las decisiones que hacen que mi vida dé giros y tumbos, aún a pesar de los errores, mi corazón sigue mandando en mi y la mayor parte de mis decisiones por lo que, pese a que intente racionalizar todo en mi vida, creo que al final el impulso de mi corazón triunfará sobre el de mi mente.
Estoy pasando por una etapa de vaivenes emocionales que me hacen sentir en una especie de montaña rusa continua de sentimientos, muchas veces muy contradictorios. Pero aun así, incluso en esos peores momentos en que pienso en tirar la toalla, quiero creer en el amor y en esas decisiones de mi corazón que la razón nunca entenderá y que, por lo menos, me hacen no dejar de sentirme fiel a mí mismo y mi manera de ver la vida.
El riesgo es grande: lo sé, porque la decepción puede ser muchas veces un arma de doble filo que termine, además de haciéndome perder el amor, haciendo que tarde en volver a confiar en conseguirlo y en mi propio instinto. Pero la vida, en si, es un riesgo. Cualquier toma de decisiones desde que dejamos de ser niños no deja de ser un riesgo: no deja de ser el puro hecho de vivir.
No puedo saber de antemano cuál será el resultado, en esto como en todo. Pero al menos tengo clara una cosa y es que he ya decidido ser fiel a mí mismo, arriesgar y tener esperanza. Eso es mucho mejor que estar muerto en vida, no ser feliz y engañarse. Eso otro ya lo conozco de muchos años y sí que sé, seguro, que no lo quiero.
2 Comments on “Reflexiones de Otoño”
Inspiradoras palabras de Shakespeare en Hamlet: » debes ser fiel a tí mismo también».
Espero de corazón que lo consigas en esta nueva etapa de tu vida que has decidido emprender. Un saludo.
Se decida uno por el corazón o por la cabeza, sólo se puede ser de una manera: egoísta. Si no, te acaban pisando.